.-Aunque la línea del blog está enfocada a aspectos periódisticos, este cuentito tiene una narrativa que me gusta mucho desde la primera vez que lo leí. Pensé que lo había perdido para siempre con el extravio del cd en donde lo quemé, pero me lo volví a encontrar (!). Aquí un buen cuento que regresó.
Luego de una dura jornada de recolección de muestras, el grupo de estudiantes de biología marina de la UBCS se detuvo a contemplar un glorioso atardecer. Acompañados con unas latas de Pacífico entre las manos, el momento no podía ser más pleno para cada uno de aquellos brillantes jóvenes. La belleza era inigualable mas, como en todo, sólo los entretuvo por algunos minutos. Las Contemplaciones pronto se perdieron y otra clase de ideas salió a flote, hasta irse desvaneciendo poco a poco arena, cielo y mar. No en vano, habían descendido desde lo más alto del país para llegar a donde nace la terrible ola verde. Sucia, la llamarían otros. No en vano, la Universidad había financiado todo el viaje, cervezas incluidas, porque Ellos eran La promesa. El cielo había desaparecido por completo y ahora brotaban frenéticamente hipótesis de investigación, pruebas de densidad, las nuevas muestras que habría que tomar y hasta la publicación de las tesis. Pero todo en secreto dentro de cada una de aquellas cabecitas, sin que ningún sonido saliera de sus bocas. Ciertamente eran compañeros, pero también era muy cierto que no habría becas para todos. Avanzando lentamente, entre todas las maquinaciones que se habían apoderado del paisaje, una larga y triste figura se interpuso entre ellos y el sol. Era una guera, como muchas otras, tal vez con algo más de nalga en esta ocasión, aunque nada que mereciera más atención que el tiempo que tardara en alejarse. Sólo uno de ellos se interesó, mas por aquello que se movía a los pies de la chica. Si se miraba con detenimiento, era posible discernir unas criaturitas agitadas que se confundían con la arena. “Cangrejos”, hubiera pensado cualquier oriundo del lugar. El ojo experto del biólogo, por su parte, se emocionaba al confirmar que se trataba de una decena de cangrejos violinistas. Imposible, ¿fuera de sus madrigueras? ¿En una playa tan aberrante como esa? Aún más extraño le resultaba, si no había visto mal, el movimiento de sus pinzas, el que hacen los machos en cortejo.
Aquel atardecer no podía ofrecerle más al joven investigador, quien vislumbró un jugoso financiamiento de proyecto, sin mencionar un prestigioso futuro en la comunidad científica. Mientras tanto, en los pensamientos de la ya lejana figura, a punto de perderse en el horizonte, se repetía un pesado monólogo. Aquella noche brillaron todas las estrellas y nadie las vio. Aún así, alguien, en otro tiempo, recibió, por séptima vez, unos aretes de plástico. (escrito por Elisa Lavore)
Aquel atardecer no podía ofrecerle más al joven investigador, quien vislumbró un jugoso financiamiento de proyecto, sin mencionar un prestigioso futuro en la comunidad científica. Mientras tanto, en los pensamientos de la ya lejana figura, a punto de perderse en el horizonte, se repetía un pesado monólogo. Aquella noche brillaron todas las estrellas y nadie las vio. Aún así, alguien, en otro tiempo, recibió, por séptima vez, unos aretes de plástico. (escrito por Elisa Lavore)
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