REPENTINAS
II
"Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo, dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos. Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer, aburrido, pensando,sólo pensando..." Jaime Sabines
Comencé a revisarme el pie derecho, jamás había sentido el dolor tan retardado. Era como tener una flecha incandescente justo en el talón. Un vidrió, que de inmediato reconocí como el cuello de una XX Lager, me estaba produciendo severo dolor.
No había sentido nada por el miedo, la adrenalina, o porque mi cerebro priorizó y prefirió poner como único foco de atención el escapar de un par de guarros vestidos con chamarra de cuero que me venían siguiendo con sus cabelleras a la más vieja usanza del Buki mayor.
Tomé el primer taxi que pasó. Una vez en el asiento de atrás, me hice pendejo como que algo se me cayó, y me agache hasta que saliéramos a la 11 sur. Mi pie estaba incontenible, eran litros de sangre los que perdía a cada minuto. No quise hacer ruido ni quejarme, pero sentí las ganas de gritar como cuando te pones un buen putazo en las espinillas. Me bajé y le pagué al taxista, o le pagué y me bajé del taxi. No recuerdo. Llegué a la entrada de mi cuarto, había que subir unas escaleras antes de topar con una puerta gris oxido, y pasar al eterno cuarto blanco. Creo que lo pintamos así porque ambos tenemos algo de locos, para sentirnos en nuestro ambiente, sólo faltaba acojinarlo.
Le grité a Ernesto que ya había llegado pero no me respondió. Supe con la intuición que tiene los enanos para recocerse entre sí, como dice Tito, que no estaba. Pasé al baño y saqué los ungüentos para curarme la herida. Poco a poco, fueron saliendo las astillas de vidrio que me había encajado. No entiendo cómo ando metido en esos pedos.
A veces creo que es mi naturaleza. Que no puedo vivir si desvelarme o estar al filo de la navaja, o del precipicio o de que me maten. Soy como un perro callejero. (En realidad lo más cerca que he estado de la muerte fue cuando un viejito dopado nos dio aventón a Ernesto y a mi y en la recta de San Juan del Río se quedó dormido, pero me gusta exagerar y sentirme el “intrépido”)
No sé como estuvo. Oí ruido, me gritó Rosario -“Salte en chinga” y sin más ni más me salí. Con la lógica absurda de quien van persiguiendo pensé: llegó a la Libertad Poniente, me clavo con el Chava, y si me la hacen de pedo, ahí entre tanta gente, en el local de un “casi” campeón mundial de peso completo, amigo, ¡qué digo amigo!, hermano de la infancia… le grito y les parte su madre pero fácil.
Y ahí iba otra vez, perseguido, con el verdadero sentido del miedo, pensado que podía ser la última carrera. Muchas cosas pensaba. En mi viejo, el reciente fallecimiento de la Tana, mi perra de toda la vida victima del olvido y el cáncer de mamas de perro, creo. En el tiempo perdido, en las cosas que faltan. Así como se oye de mamón, casi vomitando, porque desde que jugaba con el “Santos Gas Buen Servicio”, (en una liga de barrio), hace como 5 años, no corría más de 10 metros. Es decir, me habían seguido un sin fin de ocasiones, y más en los últimos meses, pero con decoro. No como animales salvajes. ¡No!, con cierta clase, que no se viera. Y mucho menos en esas colonias en donde el “que dirán” vale literalmente oro.
Esta vez no tuve suerte y un par de bizarros inagotables pese a su panza, venía detrás de mi. Mi plan, aunque cual maricón que corre tras su mamá, era casi infalible. Ni modo que el pinche Chava no hiciera el paro, cuando lo he llevado un sin número de veces a surtirse a la perrera. Y sin cobrarle un peso, pero sobretodo, conservando el secreto, que los mismos comensales le recuerdan diario como si supieran la verdad, como si entre sus bromas se ocultara el reflejo del Chava en sus ojos eligiendo perros grandes, con carne para que rinda. Tras la muerte de la Tana, quiso hacer lo mismo que con los demás, ¡con mi perra! ¡Cocinarla! Pero ella si era incomible. En tres segundos su carne se puso tiesa y en 4 segundos más estaba cubierta de sangre.
Yo viví todo su lastimoso proceso hacia el descanso eterno. Si hubiera seguido viendo esa agonía, seguro presencio como se eleva y se desvanece en mi azotea.
Bueno, el punto es que entre broma y broma, los clientes mencionaban el secreto inquebrantable de amistad que nos une. Es común escuchar frases como: “Ya están los de suaperro”, “Qué mi chava, uno de Pastor… Alemán”, acompañadas con una risa. Cuando me toca ver eso, realmente me siento más convencido de que en este país cerca del 90 por ciento de nuestro tiempo nos estamos haciendo pendejos. Sabemos que huele mal, pero no nos quitamos. Intuimos de manera muy cercana la verdad, que hay trucos, o mentira, pero seguimos adoleciendo de lo mismo. Perfectamente podemos dilucidar que es imposible en una economía como la nuestra, vender carne legitima a un precio tan bajo. Pero de lunes a viernes, y los domingos, el Chava tiene hasta la madre de gente. Lo que le ha permitido, entre otras cosas, ir a ver Julio Cesar Chávez en 3 ocasiones, hospedándose en el Cesar´s Palace a Las Vegas.
Total que aunque suene de película me acordé de muchas cosas, a pesar de los sonidos guturales que producía, casi apunto de vomitar corriendo. En una suerte de recuerdos, me vino a la cabeza cuando Ana se fue. Cuando mi mamá se fue, por un tiempo. Cuando no aparecí en las listas de los becarios de “CONAINCULTA”, o cuando me negaron la visa para irme a ver la estatua de la libertad y en un montón de mamadas más.
Pero por una extraña razón entre esa ráfaga de recuerdos el más intenso fue cuando vi al pendejo de Ernesto en la dirección de la Universidad con las manos detrás, sujetado, como un verdadero delincuente por posesión de drogas en la escuela. Bueno, de un gallito de marihuana. Recuerdo que ese fatídico día, Ernesto se mantuvo en una sola pieza frente al rector, frente a la directora, pese a que, en cuestión de 30 minutos de diálogo le estaban marcando la vida.
-“Olvídate de la beca, no más suplencias, tendrás que formar parte del grupo de adictos del campus si quieres permanecer (…) es porque eres un chico brillante”- juro que lo dijo, con voz entre cortada, Enrique Romero Hidalgo, hermano rector de nuestra alma mater. Así era de chingón Ernesto en la escuela, hasta el rector estaba hablándole como a un hijo, casi apunto de llorar.
El caso es que debía de curarme esa enorme herida. Volvía a gritarle a Ernesto. Salió despeinado, como siempre pero con el semblante como nunca. –¿Qué te pasó?- pregunté, pero el se rió para adentro, como suele hacerlo y me preguntó, -no mames, qué te pasó a ti, ¿otra ves de putañero?
Le conté lo que sucedió, desde que con lo huevos en la manos de Rosario me agarraron los guardias del estado mayor presidencial. Me andaba picando a la vieja del candidato, y creo que eso no se hace.
Ernesto me miró con sus ojos que siempre han visto a través de lentes. Hizo su boca como de puchero, mueca que tiene desde chiquito porque en varias fotos lo he visto con ese gesto, y empezó a reírse, primero para dentro, muy largo, preludio de una carcajada.