Cada mes, cuándo estaba en la secundaria, un grupo de alumnos éramos seleccionados para la encomiable labor de limpiar la biblioteca, que casi nadie visitaba en la técnica 39, pero que tenía que lucir limpia para las revisiones del inspector de zona.
Este grupo era seleccionado de entre los más temibles alumnos. Jóvenes con déficit de atención, pubertos violentos y todo aquel rompiera la reglas de aquella institución pública encabezada por la gigantesca maestra Olga.
Yo no era ningún rebelde y mis calificaciones no eran malas. Mi caso era distinto. Yo pertenecía a aquel grupo mes con mes porque osaba a portar el pelo largo. Una confrontación directa en una sociedad que nos coloca (a los greñudos) en la categoría de delincuente, traficante, inadaptado, sociópata, drogadicto, mugroso, paria, y un sin fin de calificativos que se acrecentan de forma proporcional al largo de la "mata".
Con una invitación del prefecto (guapo de barrio del que no recuerdo su nombre pero sí su cabellera) y de la coordinadora (de la cual si recuerdo su nombre, Yolanda, y también su aliento alcóholico casi a diario) pasabamos horas en aquel lugar olvidado a fuerza de darle prioridad a los talleres de electricidad, refrigeración, corte y confección y demás espacios que producirían en sus aulas a "los jóvenes, que orgullecen a nuestro país"... y de paso se convertirían a la postre en mano de obra calificada y a un costo accesible que "acrecenta nuestra capacidad de atraer inversión".
Limpiabamos la bancas de los actos vandálicos, barriabamos, ordenabamos libros de una biblioteca sin pies ni cabeza, corríamos adentro aventándonos agua y uno que otro tenía sus primeros acercamientos al solvente con el que despintábamos el recado obseno del "guero para el nene".
En uno de eso días, un libro en el que en la portada aparecía un hombre flaco fumando que parecía que casi iba a desaparecer con la última calada, recargado en la pared en una impresión duotono y con un perro que se apreciaba vigilante y que era la réplica canina del hombre, se me apareció.
Era impreso por Telmex y en sus primera líneas, escritas por otro que después llegaría a mi vida (Monsivaís) alababan a un hombre que cual rockstar convocó a mucho jóvenes en Bellas Artes a escuchar poesía.
Después, lo innevitable: "ese lugar secreto que los dos conocemos, fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro". Y de esa forma la poesía sensual del chiapaneco me tomó y no pude jamás dejar de leerlo cuándo busco la dulcura de las palabras honestas.
+Ya ha pasado el 19 de marzo, pero gran pretexto para subir esto:
A estas horas, aquí
Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,sólo pensando.
No tengo "hambre de amor", pero no quiero
pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos,o,
apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,o sentirme tufo de literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta y con las manos en la bolsas,
despacio, caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro...
Este cielo de México es obscuro,
lleno de gatos,con estrellas miedosas y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovidoy era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando en una acera húmeda,
al pie de un árbol, o esperar un tranvía escandaloso para gritar con fuerzas,
bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retratoo
le diría un cuentoque no dijera nada, pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero seguir todas las noches
vigilando cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo de mi casa un rato.
La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario, que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.
¡Qué bueno que se quedará mi cuarto toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!
Jaime Sabines